La noticia me cogió por sorpresa, por la mañana de ayer sábado cuando bajé a desayunar al restaurante del hotel donde me encontraba pasando el fin de semana.
Como supongo que a todos los aficionados al fútbol y al baloncesto, me sobrecogió.
Nunca me gustó Andrés Montes. No suelen gustarme las personas que les gusta destacar y menos por la forma de expresarse, vestir, etc. Todavía recuerdo un día que leí una entrevista que le hicieron en la que decía que siendo negro, bajito y calvo, tuvo que crear un estilo propio para poder triunfar.
Andrés Montes, lo tenía claro. Era un tipo peculiar y lo explotaba.
La primera vez que lo vi en un partido de La Sexta (no lo conocí en su versión NBA), me harté de reír y pensé que estaba loco. Vaya un tío payaso, pensé.
Luego pasé a una etapa de sentirme molesto cada vez que lo veía en la tele porque no me hacían gracia sus chistes (repetidos una otra vez), sus motes (moto gp-Alves, Míster Catering-Calderón, Bogard-Xavi, Espartaco-Reyes, y un largo etc.), su coletillas (Capitán Narváez, ya te digo Salinas, Jugón, jugón, etc.) y sus dos frases más conocidas y por las que quizás se hizo famoso, Tiki-taka y la vida puede ser maravillosa. Con esta última se despidió de todos nosotros al acabar el Europeo de Polonia, última retransmisión, en principio para La Sexta y a la postre de su carrera profesional.
Como digo, nunca me gustó. Pero no cabe duda de que era peculiar, era distinto y por eso triunfó.
Y porque triunfó, porque todos acabamos llamando Tiki-taka al fútbol de toque y porque todos lo hemos imitado, lo hemos admirado o criticado en alguna ocasión, se merece todo nuestro respeto.
Se va un profesional, pero lo más importante, se va una persona que transmitía felicidad. Desgracidamente, hay pocas personas que nos transmitan felicidad y por eso, cada vez que se nos va una persona así, algo de nosotros muere también.
Si tuviéramos a nuestro alrededor más personas como Andrés Montes, con pajarita o sin ella, quizás, la vida sería maravillosa.
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