Ayer no podía escribir. Igual que cuando ganamos mi felicidad se desborda, afectando al resto de mi vida, cuando perdemos, cuando lo hacemos además de la forma que lo hicimos y cuando además, lo hacemos ante el Real Madrid (insisto, que lo entrene Juande Ramos me da igual), pues se me quitan las ganas de todo.
No puedo comprenderlo. No puedo comprender cómo podemos hacer 30 minutos primorosos, en los que barremos al Real Madrid, como le hicimos en la época en la que el Traidor se sentaba en nuestro banquillo, e incluso como lo hicimos con Caparrós en el banquillo y Reyes como máxima estrella.
Cuando vi el campo haciendo el mosaico, los jugadores en el campo mientras la afición cantaba nuestro himno, le dije a mi padre que íbamos a golear al Madrid. Me conformo con ganarles, me contestó y yo, le dije que no, que quería humillarlos.
Y eso pensé que iba a pasar cuando empezó a rodar al balón y vi que nuestro centro del campo se comía al del Madrid y que por las bandas, sobre todo por la izquierda, Perotti volvía loco a Sergio Ramos y Navas a Torres. El gol no podía tardar y no lo hizo, como si lo empujara Antonio desde el cielo, llegó justo antes de que empezáramos a corear su nombre.
Se había hecho quizás lo más difícil. Pensé que el resto de goles iban a caer rápido y que ganaríamos con facilidad. Pensaba en mi apuesta con mi amigo madridista, dos cenas me debe y pensé que la tercera estaba ya en el bote.
Y entonces se nubla todo. Para empezar dimos ese pasito atrás que últimamente estamos volviendo a dar en cuanto marcamos (¿recordáis Valencia?).
Y el Madrid empezó a acercarse y ya sabemos lo que pasa. El Madrid si tiene oportunidades te marca y lo hizo, en el peor momento para nosotros, cuando se estaba acabando la primera parte.
Justo unos segundos antes se produjo uno de las injusticias arbitrales, aunque no nos daríamos cuenta hasta el final. Guti se queja de forma airada de una falta, dirigiendo al árbitros con aspavientos y su chulería madridista. El árbitro mira para otro lado, se hace el loco. Sin embargo, poco antes del final, por una protesta mucho más leve de Luís Fabiano al linier, se recorre medio campo para sacarle tarjeta.
Cuando volvemos del descanso el partido es otro. No damos pie con bola. El Madrid nos domina y se ve que es cuestión de tiempo. El final llega con el cambio de Luís Fabiano por Duscher. Yo también pensaba en ese cambio, así que no puedo decir nada en contra. El caso es que sin el argentino en el campo y con Romaric perdido, el Madrid se hizo dueño y señor del partido y nos marcó dos goles, el segundo con una mezcla de fortuna e intuición de Raúl y el tercero con un fallo de Palop.
Aún así, con la entrada de Maresca, con algo de fuelle y con ganas, marcamos el segundo y pesé que podíamos salvar el partido. Pero no, el árbitro nos la volvió a jugar. Lo había hecho antes, sacando tarjeta a Duscher, que provocó su cambio, cuando en el Madrid, los dos medio centros se hartaron de dar patadas, sin recibir tarjeta, al menos hasta el final del partido. Y después con la falta que provocó el cuarto gol madridista. Justo un minuto antes había pitado una falta igual en contra del Sevilla. Un minuto después, la misma falta, esta vez hecha por un jugador merengue, no es sancionada y acaba en gol madridista. Fin del partido.
No lo entiendo ni volviendo a repasarlo mientras lo escribo. Cómo puede cambiar tanto el equipo.
Hay momentos en los que pienso que puede ser que quieran cargarse al entrenador, lo cual no es nuevo en el fútbol. Pero no, si fuera eso no hubieran dado el baño que le dieron al Madrid en 30 minutos.
Lo segundo que pienso es que el equipo no tiene fondo físico y dura sólo 30 minutos. En esos 30 minutos se come al Madrid como se comió al Valencia, pero en cuanto el fondo falla, se pierden los partidos.
Si es eso, desde luego es culpa del entrenador, como máximo responsable.
Si no es eso, que alguien me diga qué puede ser, porque yo no lo entiendo.
Y con lo que queda ¿qué?. Pues no lo sé. Lo único bueno es que dependemos de nosotros mismos. Ni Valencia ni Villarreal, quizás los dos seguidores más peligrosos, asegurarían la tercera plaza ganando los 5 partidos. Nosotros sí, eso es lo único bueno. Lo malo es que un fallo más puede costarnos la tercera plaza e incluso la cuarta, dependiendo del resultado de los partidos.
Y el equipo, cómo está. No lo sé. Si está la mitad de mal que estamos nosotros, la cosa está más que difícil.
Anímicamente está mal, eso es seguro. Y físicamente creo que está peor. Además la delantera no marca goles (con un Luís Fabiano que se parece al de la primera temporada) y un medio campo que no existe (desde luego, el año que viene hay que invertir en ese puesto). Y la defensa, qué decir de una defensa que ha encajado 11 goles en 3 partidos.
La cosa está muy complicada. Mucho, por todo lo dicho. Y ahora tenemos dos opciones. O animamos sin parar y pedimos responsabilidades cuando acabe la liga o le damos la espalda al equipo ya.
Yo haré lo primero, porque es la única oportunidad que tenemos de mantener la tercera plaza o, al menos, la cuarta, y sobre todo porque como sevillista no sé hacer otra cosa (jamás he pitado a mis jugadores o a un entrenador, jamás). La segunda opción nos llevaría a la muerte deportiva.
Por eso yo apoyaré hasta el final y cuando acabe pediré responsabilidades. Aunque quedemos terceros, porque hay muchas cosas de las que hablar. Pero para quedar terceros, tenemos que estar con el equipo hasta el final. No hay otra. Aunque estemos dolidos, aunque estemos decepcionados. El sábado hay un partido importantísimo (una final no, porque después quedarán cuatro partidos más, a ver si nos enteramos ya de una vez de lo que es una final). Tenemos que estar unidos, tenemos que apoyar, tenemos que dar calor. Tenemos que creer. Tenemos que ganar. Vamos a ganar.
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