Hay competiciones a las que se les tiene un especial cariño. Eso me pasa a mí con la Copa Davis. Corría el año 1987 cuando me senté con mi padre por primera vez a ver un partido de tenis. Recuerdo haberlo visto ver algún que otro partido, como la derrota famosa de Borg ante Mc Enroe, pero en este caso, y con 14 años, sí vi el partido con él.
Me explicaba las reglas mientras veíamos el partido y viví lo que me pareció una gesta increíble, la victoria de Casal sobre un Boris Becker que parecía imbatible.
Fue entonces cuando la Davis pellizcó mi corazón y supe que alguna vez quería saber qué se sentía ganándola, aunque tenía poca esperanza, sobre todo cuando mi padre me decía que ni siquiera con Santana en el equipo habíamos conseguido ganarlas.
Pues bien, ya llevamos tres y una de ellas se ganó en Sevilla.
Esta última también ha tenido su encanto, porque ha sido fuera y sin nuestro mejor jugador. Muy bien Feliciano y Verdasco, me han hecho volver a vibrar con el tenis.
Gracias por traeros para España un título tan importante.
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