domingo, 10 de mayo de 2009

Tres años hace ya

¡Cuántos recuerdos!. Yo no sé qué se puede sentir al ganar una liga o una champions. No sé, ni siquiera, si algún día lo sabré, aunque tengo la esperanza de saberlo. Sí sé que se siente al ganar una copa del rey, una supercopa de Europa o una supercopa de España. También sé qué se siente al ganar la segunda copa de la Uefa consecutiva (eso muy poca la gente lo sabe) y también sé que se siente siendo dos años consecutivos el mejor equipo del mundo.
Pues nada de eso es comparable con las emociones vividas, con las emociones sentidas el pasado día 10 de mayo de 2006 que quedó grabado en mi corazón.
Quiero hacer un repaso a esos recuerdos que siguen grabados en mi mente. No quiero que se me olviden jamás, ni en lo bueno ni en lo malo.
A las 7:30 tenía mi avión la salida, cuyo destino era Bruselas, para desde allí llegar en autobús a Eindhoven. Por mi número de socio no me correspondía entrada así que mi padre, que sí tenía no la sacó hasta que nos aseguramos que yo había conseguido (gracias a mi amigo Eduardo que me la cedió) y por eso ya no quedaban vuelos directos a Eindhoven. Aquello que me pareció un problema, fue una gran suerte a la vuelta.
Recogí a mi padre a las 4:30 de la mañana. Todo nervioso estaba. A sus 58 años, de entonces, no había vivido una cosa así nunca, y por si hubiera pocas emociones, tampoco había subido nunca a un avión.
Si la espera en el aeropuerto de Sevilla fue preciosa, con una afición colapsando el aeropuerto, la llegada al aeropuerto de Brusela fue apoteósica, con 200 aficionados sevillistas cantando ante la mirada atenta y sorprendida de belgas y todo el que pasaba por allí, ajeno a lo que en unas horas no íbamos a jugar.
Las horas vividas en Eindhoven, previas al partido también son inolvidables. Miles y miles de sevillistas por las calles de esa ciudad, mezclados de forma pacífica con miles y miles de ingleses y algún que otro alemán con la camiseta del Shalke y el corazón sevillista después de aquel jueves de feria. Los nervios iban llegando y pronto nos fuimos para el partido.
Cuando nos sentamos en el estadio, mi padre me dijo: jamás me hubiera creído que iba a vivir algo así. Y lo mejor estaba por llegar.
Empezó el Sevilla a hacer su fútbol y de pronto Luís Fabiano (el discutido Luís Fabiano de aquella época) enganchó con la cabeza un servicio impresionante de Alves y lo coló en las redes. La fiesta, la locura se desató en las gradas. El abrazo de mi padre, jamás lo olvidaré. Como no olvidaré verlo por primera vez en mi vida con una camiseta del Sevilla o verlo cantar hasta quedarse afónico (a él, que siempre ve los partidos en sentido silencio, salvo los momentos de gritar gol).
El único momento de miedo llegó en aquella jugada que Palop paró un gol claro de los ingleses, que ya lo gritaban. Y después de eso llegó la locura. La locura de los dos goles de Maresca (tampoco olvidaré que mi padre me dijo que antes del 80 marcaríamos el segundo) y el de Kanouté.
Ver a nuestro equipo ganar su primera Copa de la Uefa fue algo que jamás olvidaremos.
No sé, vuelvo a decir, qué sentiré el día que ganemos una liga, pero dudo mucho que me dé tanta felicidad como me dió la copa que hay que abrazar para poder cogerla.
Felicidades a todos los que vivimos ese día.

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