jueves, 20 de mayo de 2010

Los sueños que nunca acaban

Los sueños empezaron aquel inolvidable jueves de feria, cuando nuestro querido Antonio golpeó el balón con el alma 45.000 sevillistas.
Hasta entonces no sabía que era jugar una final. Me sabía de memoria la historia, 1 liga y tres copas. Tenía que aguantar la burla de los verderones, pese a que su palmarés era menor, porque los de mi edad habían visto a su equipo en dos finales, ganar una y jugar la champions.
Y ahí empezaron a convertirse nuestros sueños en realidad. ´
Primero llegó Eindhoven donde viví los mejores momentos de mi vida sevillista. Allí cumplí muchos sueños, jugar una final, ganar un título, ganar la Uefa, mi competición favorita de niño, cuando no entiendes de dinero ni prestigio.
Después llegó Mónaco, donde tengo la anécdota de haber vivido la final en Florencia, pegado al móvil como radio, porque no tenía otro medio.
Aquello parecía no tener fin, y llegó Glasgow al año siguiente. La Uefa de Palop la viví en mi casa, con mis padres, y allí sufrimos en los penaltis como nunca había sufrido.
Más tarde llegó Madrid, con la final ante el Getafe, donde vivimos la conquista de Madrid por el Sevilla, con toda mi familia.
Y nuevamente Madrid, esta vez en la tele, para ver como le dábamos un baño histórico a los merengues en su propia casa.
Y por último, la dolorosa final de Mónaco, con Puerta recien llegado al cielo.
Y tres años después, cuando parecía que esos momentos habían pasado a mejor vida, según las voces que siempre quieren hacernos daño, llegó esta final en Barcelona.
Espectacular el escenario, espectacular el comportamiento de las aficiones en la previa y también durante el partido, porque al menos, yo no sentí apenas insultos ni nada parecido.
Espectacular la afición colchonera, sí, animando a su equipo tras la derrota durante un gran rato. Y espectacular nuestra afición, como siempre. Impresionante el desplazamiento, en masa, el comportamiento en la ciudad y el apoyo al equipo antes, durante y después del partido. Éramos muchos menos, pero como los espartanos, no temíamos a los contrarios, nos daba igual cuántos fueran, sino dónde estaban.
Entre todos mandamos el zurdazo de Capel a la red. Entre todos mantuvimos la portería de Palop a cero y entro todos regateamos a De Gea para marcar el gol de la tranquilidad, de la explosión de júbilo.
Después de Eindhoven, Barcelona ocupará un lugar preferente en mi corazón.

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