No se puede describir con palabras la invasión sevillista de Madrid. Se manejan datos de unos 70.000 sevillistas por las calles madrileñas, pero yo creo que fueron más, pues sólo en las gradas estoy seguro que se rozaron los 60.000 y todos conocemos a muchos que se quedaron sin poder entrar.
Yo salí en coche, por la carretera de Mérida, el viernes. Otro lo hicieron en ave, otros e avión, unos el viernes, otros el sábado. Por el camino, aquella noche del viernes me encontré poco movimiento sevillista, pero sí vimos algún que otro coche. Luego en mi mismo hotel, en Alcalá de Henares, llegaron varios más.
En la mañana del sábado, allí en Alcalá de Henares, ya se veían muchos corazones blanquirrojos.
Banderas, camisetas, sonrisas cómplices entre unos y otros, desconocidos que nos cruzábamos a primera hora en la plaza de la Universidad Complutense.
Lo vivido una hora después en Madrid ya es indescriptible. A la 1 de la tarde los aledaños del Bernabéu estaban totalmente tomados por miles de sevillistas, sevillistas de todas las edades, unidos por un sólo sentimiento, el amor a unos colores, a un escudo. Pero no sólo había sevillistas ahí, sino por todo Madrid, en Atocha, en la Puerta del Sol, en la Calle Sevilla, por el metro, por todas partes. De vez en cuando unos cuantos aficionados del Getafe que asombrados contemplaban el tsumani rojo que se había hecho dueño de la ciudad. Pero no sólo ellos. Multitud de habitantes de Madrid, de nacionalidades muy distintas, nos preguntaban perplejos qué pasaba.
Y luego el partido. Un Bernabéu abarrotado, con tres cuartas partes de sevillistas.
Hasta la vuelta ha sido preciosa, con cientos de coches con sus bufandas y banderas al aire, haciendo partícipe a todo el mundo de su felicidad, de su sevillismo.
Un fin de semana inolvidable.
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