No queda otra. Estamos en el ecuador de la temporada (superado ya en dos partidos) y no queda otra que ganar y ganar si queremos estar el año que viene en la Champions, algo que veo complicadísimo pero no imposible.
Y para ello volvemos al Ramón Sánchez-Pizjuán a la hora que a todos nos gusta ir al fútbol, a la que íbamos siempre cogidos de la mano de nuestro padre y con los ilusiones renovadas, por la mejoría que se le ve al equipo pese a la eliminación copera (expulsión mediante atraco a mano armada) y por la llegada de dos buenos jugadores que suben el nivel de la plantilla en general y de nuestro centro del campo en particular.
Enfrente un colista, pero no tanto, porque es un equipo muy renovado y que en cualquier momento puede despertar de estos malos resultados (que espero, si acaso, porque me importa poco si no lo hace, lo haga a partir de la semana que viene).
Un Málaga con tres jugadores que nos traeran diversos recuerdos, Julio Baptista, ese mediocentro que convertimos en estrella, que se marchó por el dinero a Madrid tras realizar dos temporadones en Sevilla y dejándonos las arcas llenas y que desde entonces ha vuelto a ser un jugador normalito, Duda, un futbolista que parece que sólo lo hace bien en el Málaga, porque es aquí fue un fracaso absoluto y sobre todo Maresca, Il Capo, el jugador que marcó quizás el gol más importante de nuesta vida, por mucho que el gol de Antonio Puerta al Shalke nos cambiara la vida, el primer gol de Maresca en la final de Eindhoven, el segundo de nuestro equipo, significó un antes y un después en nuestra vida, porque a partir de ese momento, de ese gol, supimos que íbamos a ser campeones de la Uefa.
Nostalgia esta visita malagueña en la que tenemos que salir a machacar al rival.
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