domingo, 11 de febrero de 2007

Copa del Rey de baloncesto

Me fui a Málaga a ver al Caja San Fernando jugar la fase final de la Copa del Rey. Vengo decepcionado tanto deportiva como organizativamente. Deportivamente, porque aunque ya hace mucho tiempo que no me ilusiono con el Caja (desde los tiempos de Petrovick e Imbroda), siempre vas con la ilusión de ver ganar a tu equipo y hay muchas formas de perder. Se puede perder como lo hizo el Cajacanarias ante el R. Madrid, luchando cada pelota, dando la cara hasta el final, haciendo que el equipo contrario no estuviera seguro de su victoria hasta que se paró el cronómetro. Se puede perder como lo hizo el Girona, por falta de experiencia ante un Joventut con uno de los mejores entrenadores españoles de la historia pero lo que no se puede consentir es perder como lo hizo el Caja. Jugó todo el partido como si un amistoso se tratara, sin garra, sin presión, sin defensa, sin ganas en definitiva, y así ante un todopoderoso Tau no se puede jugar. Es inadmisible esta actitud de varios jugadores llamados a ser la referencia del equipo. Me consta que Comas va dar un ultimatum a jugadores como Alexander, me consta. Espero que sea capaz de reconducir la situación, porque esta ciudad se merece un equipo de baloncesto de primer nivel, como Málaga, como Vitoria.
Y hablando de la organización sólo puedo decir que en determinados aspectos (ambos muy importantes) ha sido nefasta y habla uno que ha sido voluntario en varios eventos (dos de ellos más importantes que una final de la copa del rey de baloncesto como son la Final de la Copa Davis de Tenis y el Mundial de Atletismo de 1.999). Los dos aspectos peores de la organización han sido los aparcamientos y el acceso a la grada. El primer día, que accedí a Málaga desde Torremolinos fue todo bien. Aparqué cerca del Martín Carpena y no tuve ningún problema. Pero el segundo día que intenté llegar al Palacio de los Deportes desde el centro de Málaga fue una odisea. Sólo un cartel indicativo. A partir de ahí todo fue desastre. Vueltas y más vueltas para llegar a los alrededores, obras, calles cortadas por la policía. Los guardacoches no podían ser más saboríos ni más inútiles. Al final, tras una hora de retraso conseguí llegar a la cancha. Horroroso. Pero seguro que nadie, en ningún medio de comunicación será capaz de denunciar lo ocurrido, como pasa siempre con Sevilla.
Y dentro del pabellón, mejor no hablar. El primer día no encontraba mi asiento, pues bien, me recorrí el pabellón pidiendo ayuda y ni un sólo voluntario que superia dónde me tenía que sentar. Pero no sólo no pudieron ayudarme, sino que salvo un chico que por lo menos lo intentó, el resto a los que les pregunté eran más saboríos que los guardacoches. Lo siento por Málaga, pero si no tiene infraestrucuras ni recursos humanos para organizar eventos de este tipo mejor que no lo hagan porque vaya imagen que se habrán llevado todas esos aficionados al baloncesto llegados de cualquier parte de España y que como yo se pegaran una hora buscando aparcamiento y luego otra hora buscando su asiento, sin ninguna persona competente que pudiera ni quisiera ayudarle. Lo dicho, un desastre.
Las dos cosas buenas de Málaga. Por un lado el comportamiento de las aficiones (salvo algún imbécil, que los hay en todas partes) que ha sido ejemplar y que así da gusto ir a ver a tu equipo (puediendo pasear por todas partes con la camiseta de tu equipo sin miedo a llevarte una paliza o un navajazo como pasa en el fútbol). Y por otro el fin de semana que he pasado junto a mis padres y mi mujer, comiendo pescito de la costa y paseando por la playa. Por estas cosas merece la pena, porque al final, como me dijo un exjugador del Caja en el hotel, sólo una de las ocho aficiones se van contenta.

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