Este fin de semana he hecho dos de las cosas que más me gustan, viajar y ver al Sevilla FC. Pero además, aprovechando que Zaragoza está cerca de Barcelona y de camino a casa, aproveché para ver el CAI Zaragoza-Cajasol.
Vaya diferencia. Cuánto tenemos que aprender del baloncesto, cuánto.
El sábado, me paseé por Barcelona con mi camiseta del Sevilla FC y la verdad, pasé prácticamente desapercibido. Algunas miradas, algunos comentarios cuando pasaba sobre que el Barça jugaba esa noche e incluso me preguntaron a qué hora.
Me sentía cómodo luciendo la camiseta de mi equipo, incluso cuando me cruzaba con seguidores del Barça por las calles de la ciudad, aunque claro, todos ellos eran turistas como yo.
Cuando llegó la hora del partido, un amigo de Barcelona y muy culé, me dijo que era mejor que me quitara la camiseta o que al menos no la llevara puesta.
Menos mal que le hice caso. Al partido fui con mi mujer y mis padres y lo vivido allí es inexplicable. Todo el partido, cuatro subnormales insultando al Sevilla FC, a los sevillistas, a todo lo que no fuera Barça. Ni una canción de apoyo a su equipo, sólo insultos y más insultos. Además destilando una violencia que nos hizo sentir mal.
Gracias a Dios no se dieron cuenta que éramos del Sevilla FC, ni siquiera que éramos andaluces o, simplemente distintos. Desde luego, aunque el Sevilla FC hubiera marcado, ya estábamos preparados para no cantar el gol, aunque se puede escapar algún gesto o grito, como me pasó en Huelva hace dos años, que simplemente moví los brazos cuando marcó el Sevilla FC, y ni porque estaba en preferencia me libré de ciertos comentarios. Pero lo del sábado no hubieran sido sólo palabras, porque esos elementos no son personas normales.
¿Hay derecho a esto?. ¿Hay derecho a ir al fútbol, mi mayor pasión, tras 1.000 km, pagando una pasta por las entradas, acompañado de mi mujer y de mis padres, sevillistas de corazón y tener que mantenernos callados todo el partido, temiendo que aquello acabara en alguna tragedia?.
No lo hay. Qué pena, de verdad.
Y sin embargo, el domingo en Zaragoza todo lo contrario. Aparcamos junto al Pabellón Príncipe Felipe y desayunamos junto a éste, rodeados de aficionados del CAI, pero esta vez luciendo nuestros colores azules y amarillos del Cajasol.
Después, durante el partido, sentados en la grada junto a los mañicos, animamos a nuestro equipo con toda la naturalidad del mundo.
En ningún momento un insulto, ni ninguna situación desagradable. Todo perfecto.
¿Por qué no puede ser igual en el fútbol?. Muy fácil, por los de siempre. Por los cuatro o cinco subnormales que utilizan el fútbol para dar rienda a su cobardía y su violencia interior.
Y lo malo no es que nos fastidiaran el poder disfrutar de un partido en Barcelona, porque desde luego se me han quitado las ganas de ir a ningún otro sitio a ver un partido de fútbol, sino que cualquier día la cosa puede acabar en tragedia.
¿Qué me habrán hecho a mí los de Gijón o yo a ellos, una ciudad que me encanta y en la que pasé uno de los mejores veranos de mi vida, para no poder ir a Gijón a ver a mi equipo por miedo a recibir una paliza como pasó hace dos años?.
Erradicar la violencia, ésa es la cuestión más importante que tenemos que conseguir los aficionados al fútbol de este país, convertir el fútbol en algo tan tranquilo como el baloncesto.
Ojalá seamos capaces.
1 comentario:
Pues es triste pero es así.
Yo viví algo parecido en el Barnabeu, y la verdad es que se te quitan las ganas de ir.
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